Otra noche tonta en el curro, y aquí estamos, actualizando como algo inamovible.
Las Salas de este templo a Bhaal andan algo despobladas, y los polvorientos pasillos que otrora bulleran de actividad sólo devuelven ahora el eco de los tacones de las botas de este escriba y algún acólito ocasional, que mantiene su fe en el Señor del Asesinato, pero no cumple como debería con sus obligaciones. ¡Ay de vosotros, pues Crunch os ha de castigar si os agarra, y con las tres veces benditas Mazas Vorpales +5 Exterminadoras de Todo él sabrá cómo inculcaros devoción en estos menesteres de naturaleza bhaalita!
No tengo problema en escribir esto al vacío y la oscuridad, y en estas noches, el rasgar de la pluma y el eco leve que produce por los pasillos del deshabitado templo son satisfactorios para este mero intérprete, pues muchas veces no se piensa ni se disfruta claramente de las cosas cuando hay demasiado bullicio.
Ando leyendo el último volumen (devorando) de La Torre Oscura. Cualquier reseña que os haga carecerá de atractivo, pues es la típica serie que sólo aquellos que la han seguido hasta sus últimas consecuencias, arrastrados hasta el séptimo y último volumen, podrían entender y sonreirían silenciosamente compartiendo el secreto.
¿Qué podría decir? No, no es un típico libro de Stephen King, es lo más grande que ha escrito y posiblemente escriba en lo que le quede de vida (y él lo sabe). No, no es de terror. No, no se puede juzgar el libro a grandes rasgos, es como su Señor de los Anillos particular, su saga épica fantástica definitiva, preñada de referencias a otras lecturas, y a mí personalmente me ha hecho sentir reconfortado al reconocer muchas de ellas. Sólo puedo animaros a que empecéis y os dejéis atrapar.
Mientras acabo el último volumen y me despido del ka-tet del 19 con profunda satisfacción, y sabedor de que sai King ha cumplido su misión y recordaré esta historia probablemente hasta que sea muy anciano, cuando llegue al claro al final del camino, os dejo aquí el poema de Robert Browning del que parte todo:
¿No escuchas? ¡Si había ruido por doquier! Tañía
con creciente fuerza, como una campana. En mis oídos,
los nombres de los aventureros desaparecidos, pares amigos,
que tal tenía fuerza, y cual valentía,
y el otro fortuna, pero en los pasados días
¡perdidos!, ¡perdidos! Un momento de tañido
por los años de la desdicha.
Ahí se encontraban, alineados, en las laderas, congregados
para verme por última vez, un marco viviente
¡para un cuadro más! En un lienzo ardiente
les vi y les reconocí a todos. Y sin embargo,
impávido, llevé el cuerno a mis labios;
«Childe Roland a la Torre Oscura llegó», toqué.